lunes, 26 de enero de 2015

La misteriosa desaparición del piloto que doblaba de doble



Todavía vivíamos en Bahía de Todos los Santos según recuerdo. El evento sucede en mi habitación. Del cuarto no me acuerdo. De lo poco que recuerdo es que compartía el cuarto con mi hermano, pero fuera de eso, nada. Me acuerdo de la compañía del hermano porque yo sentía su presencia (o mas bien sentía los golpes)

Mi madre, una mujer argentina, mejor dicho muy argentina, era alta para los estándares mexicanos. Era alta, rubia de ojos claros, hablaba con un acento muy marcado -cosa que hacía a propósito. Del porqué de eso me di cuenta muchos años después, y vestía de forma muy llamativa, era imposible no voltear a verla en la calle, ¡y eso que eran los 60s!. Ella salía muy frecuentemente con sus amigos en las noches. Uno sabía que iba a salir porque comenzaba a arreglarse y a enjoyarse, emperifollarse dicen en México, con esas cadenas largas de eslabones gruesos dorados, que hacían un ruido muy particular cuando ella se movía.

Verla salir era una actividad normal que no me llamaba la atención, mucho menos cuando llegaba noche porque siempre yo estaba dormido. Yo dormido, ella de fiesta. Hasta ese día.

Una noche, que perfectamente recuerdo hasta el día de hoy, mi madre llegó hasta mi cama y se acercó hasta estar muy cerca de mi (y nó...no se acercó caminando como agarra-pollos) y me habló con una voz casi inaudible. Con gran dificultad abrí los ojos a medias. Podía oler el perfume de mi madre, podía ver claramente su cara con maquillaje y podía también escuchar el tintineo que producían sus múltiples cadenas que colgaban hasta casi tocar mi cara. No fue una noche como las otras, no fue como ninguna de las noches que vendrían después de ésta.

Entre sueños, tintineos y una voz que se perdía en el silencio de la noche, escuché que me dijo:
 -mañana te contaré con detalle pero hoy en la noche me casé.

Me casé cuando uno tiene cinco años no significa absolutamente nada, o por lo menos a mí no me despertó ni alegría ni curiosidad ni nada. Digamos que no me quitó el sueño. Mis ojos cedieron a la tranquilidad de la noche y mi madre se fue perdiendo en la obscuridad.

Nada notable pasó la mañana siguiente porque no la recuerdo en lo absoluto. No recuerdo esa mañana, esa semana o ese mes. Obviamente el cambio radical en la composición familiar no causó gran impresión en mi. Para nada. Si llegó el nuevo marido (con este van dos papás que no recuerdo) a vivir con nosotros, si lo celebramos con una comida o si hubo piñata, no sé.

Dónde estaba el nuevo esposo de mi mamá quien sabe porque hasta el día que nos cambiamos a otra casa nunca lo vi, o por lo menos, no recuerdo haberlo visto casi nada.

En un rincón muy muy al final del precipicio del olvido por fin lo veo. Un hombre grande y musculoso de cabello negro peinado para atrás, engominado, enorme frente y unas manos muy muy grandes. Manejaba un quien sabe qué y cuando lo hacía se ponía unos lentes obscuros de piloto. Lo recuerdo manejando con mi madre junto a él. Mi madre con una mascada sobre el cabello...muy chic. Creo que el auto era convertible. El hombre se llama Billy y según me contó mi mamá años después, era un piloto de carreras y un doble de cine. Y solo compro la historia de que era piloto porque él me llevó, a mí al Autódromo de la Magdalena Mixhuica, dónde había muchos pilotos y técnicos que lo saludaban cordialmente mientras él me llevaba como perrito de exposición... yo recibía palmadas en la cabeza. Estábamos en los pits. Olía tremendamente fuerte a gasolina (y alcohol...) y el ruido era ensordecedor. Gente iba y venía. Coches de carreras llegaban y se salían hechos la mocha. Palmadita por aquí, palmadita por allá.

Luego de ese acontecimiento que supongo nó marcó mi vida porque es el día que no me gustan las carreras de autos ni tantito, nunca volví a verlo o no me acuerdo de haberlo visto después. Un recuerdo, uno, solamente del flamante nuevo esposo de mi mamá. Las fotos no sobrevivieron, si es que hubo, porque mi madre tenía la costumbre de destruir cualquier vestigio de lo que le hubiese sido doloroso. Años después me contó mi mamá que el matrimonio había sido efímero (un año?) porque Billy bebía como cosaco, (cosa que ella sabía y que ha de haber sido un punto a su favor en el calor de la música de las fiestas a las que acudía mi madre) y, en el calor del alcohol y la intimidad, decidió golpearla. La golpeó una vez me dijo. Solo una vez (si duró un año la pregunta es si fué una sola vez... a la semana?...al día?)

Años después al preguntarle a mi mamá porqué se casó con un hombre que bebía tanto y obviamente tenía tendencia a la violencia, ella me dijo que ella estaba segura que podía cambiarlo. Bueno, de eso no hablo porque ya sabemos sobre los resultados de la terapia cambiadora de personalidad y comportamiento. Billy, el piloto y doble de películas fue en forma efímera, mi padrastro. El doble no dobló como papá. Cero padres para mi, dos maridos para mi mamá. La vida no es como las matemáticas, a veces en la vida cero vale mas que dos.

Después de eso hay solamente dos recuerdos vagos de mi vida en ese departamento. Uno me lleva a mí a los largos e inhóspitos pasillos y enormes espacios de un hospital del Seguro Social donde me quitaron las anginas bajo la promesa de poder comer todo el helado de limón que quisiera , y el todo era el anzuelo. Las anginas eran muy malas entonces. ¿Porqué lo que antes era malo ahora es bueno y lo que era bueno ahora es malo?... un misterio para mi, antes y ahora.

Del hospital por supuesto que no me acuerdo, pero vagos trazos de mi regreso a el departamento me dibujan a mi, en cama con un montón de revistas y cuentos de monitos  (parte del paquete que mi mamá activaba cuando uno se enfermaba  junto con té y pan tostado) y, efectivamente el anhelado helado de limón. De que el helado de limón que quieras era una mentira piadosa es otra historia. Por el dolor no podía ni quería no digamos todo...yo quería nada. Mentiras piadosas le llaman.


Al final de las historias en ese departamento queda una imagen que me trajo en su momento tristeza que regresa cuando la recuerdo, pero que no me involucra a mí, sino a mi hermano. Enfermo en su cama, lo veo a la distancia con un montón de gansitos, pinguinos y twinkis en su mesita cerca de él. Un montón. Él en cama enfermo, cuando llegaron sus amigos de la escuela a visitarlo inesperadamente y, entre risa y risa se comieron todas esas golosinas que él había resguardado tan celosamente y no porque las fuera a compartir conmigo porque ese no era su estilo. Las había dosificado para írselas comiendo durante su convalecencia. A lo lejos todavía veo su cara de tristeza y los ojos llorosos cuando se fueron sus dizque amigos. No le dejaron nada. Pobre pensé entonces cuando a una distancia segura lo veía yo. No se porqué, pero la memoria causa todavía una sombra en mi corazón. Pobre.





















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